viernes, 4 de marzo de 2011

EL ROMÁNTICO DECIMONÓNICO


Mientras haya unos ojos que reflejen
             Los ojos que los miran;
Mientras responda el labio suspirando
             Al labio que suspira;

Mientras sentirse puedan en un beso
             Dos almas confundidas;
Mientras exista una mujer hermosa,
             ¡Habrá poesía!

Eso debió pensar Bécquer cuando regaló a la humanidad su rima IV, pero yo me pregunto ¿qué pensaría si se diera un paseo por el centro de Madrid, de Barcelona, de Paris, de Nueva York o por el Xanadú? Probablemente tendría motivos para escribir otras muchas poesías de desengaños y, tal vez, pudiera contagiarnos sus emociones.

Hubo una época en la que no era la programación rutinaria que nos controla, hoy día, como fuéramos robots, la que impulsaba la vida de las personas, si no la exaltación de los sentimientos, los sueños, los ideales y la búsqueda del amor y de la libertad. Así eran los adheridos al movimiento romántico.

Este movimiento da sus primeros pasos en el mundo de las artes, sobre todo en la literatura, para romper con el academicismo y el utilitarismo del siglo XVIII, tan exaltado por la historiografía actual con el nombre de ‘’El siglo de las luces’’. Un grupo de jóvenes poetas alemanes, bajo el lema ‘’Sturm und Drang’’, comienza a decir  basta a las imposiciones y a fomentar la libertad creativa.

Así nace el Romanticismo, que irá ganando adeptos a lo largo de las primeras décadas del siglo XIX, aunque en España se verá interrumpido por el rey Felón, Fernando VII.

El romántico no es el que le regala flores a su amada, ni el que le dice cariño, ni el que le pone velas en la cama para esperar a su cónyuge (o cónyugue, como diría Leyre Pajín).

El romántico de verdad es una especie casi extinguida, que se multiplicó en las primeras décadas del siglo XIX, multiplicación favorecida por la creciente deshumanización fruto del progreso material de la Revolución Industrial, y cuya vida giraba alrededor de un ideal inalcanzable que chocaba, una y otra vez, contra las duras rocas del enorme acantilado de la realidad industrial, que dibujaba de gris el paisaje de las ciudades decimonónicas.

Ese ideal podía tener forma de mujer hermosa, de nación armónica, de caballero medieval aventurero, de explorador o de pura estética, ya que el romántico no hace arte con ningún otro fin que de crear arte en sí misma. Arte para cuya creación la cualidad había de residir de manera non nata en el artista, al contrario que lo que se postulaba desde el academicismo dieciochesco: que el arte se podía adquirir.

Reaccionarios o revolucionarios; medievalistas o futuristas… pero siempre el idealismo por bandera, que inundó el corazón de los románticos del XIX. Más allá del dinero, del bienestar material, del sexo, de las absurdas normas sociales existían los sueños, destinados a combatir con la realidad. Sueños que brotaban de las ramas del árbol de la rebeldía y del inconformismo más intransigente, bondadoso y puro que hizo crecer el olvidado siglo XIX.

Todo ello imbuido de un fuerte sentimiento nacionalista, que contrasta con la pérdida de la identidad y de las raíces que se dio durante el cosmopolitismo ilustrado.

Otra característica de la manera de vivir romántica era el afán de evasión, ya sea en el tiempo, en el espacio o a base de absenta, de una realidad que no gustaba y que no querían resignarse a vivir. De ahí el legado poético que nos han dado. El romántico admira al marginado, porque se siente un disidente del orden social establecido y se identifica con aquellos personajes que también disiden de la misma sociedad que los rechaza. 

Pero sin duda el elemento eje en torno al cual gira el pensamiento romántico es la libertad. Dado que el Romanticismo destacó, sobre todo, en literatura, esta libertad se entiende desde esa postura como la falta de normas para crear arte y la pérdida del sentido utilitario y pragmático del arte para ser un fin en sí mismo, como he dicho antes. Esas ansias de libertad se extendían hacia otros campos de la vida como el amor,

Entre las nieblas matinales, las noches sombrías y mares revueltas; entre bosques encantados, cementerios de silencio y casas abandonadas; entre fuertes tempestades, parajes solitarios y noches de luna llena, las plumas de Bécquer, Espronceda, Zorrilla, Lord Byron, Victor Hugo, Carolina Coronado o Rosalía… hacían aparecer historias de fantasmas, armaduras que cobran vida, viejas arpas tocando tristes melodías, hermosas doncellas que escapaban de sus esposos impuestos, hombres soñadores que huían de sus propios miedos y valientes marineros que desafiaban las más indomables tempestades.

Nos alejamos a pasos agigantados de esa sociedad soñadora e idealista. Ya solo queda el Atlético de Madrid como última bastión del Romanticismo, una entidad que vive de su pasado glorioso y a él se remonta para seguir haciendo latir su corazón.

Y asina me despido, rápido porque tengo que despertar mañana a las 6 y media para no perder el tren. Espero que no lleve retraso porque se trastocarían mis planes. Mientras, a cerrar los ojos y a soñar, que mientras a Zapatero no se le ocurra tarificarlo, será gratis.

5 comentarios:

  1. Muy interesante de leer, creo que existe una tendencia de la sociedad por pensar que el romanticismo tiene que ver sólo con el amor (los ejemplos que has puesto sobre regalar flores) y como bien has explicado no es así, va mucho más allá, es una prioridad por los sentimientos en general y una lucha por la libertad. Cosas que actualmente creo que se están perdiendo, y la motivación material mueve mucho más que la sentimental.
    Me gusta mucho el poema que has elegido de Bécquer :)

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  2. Coincido con Sheila en que la idea que la sociedad suele tener del romanticismo es sólo lo que está relacionado con el amor; pero tienes toda la razón al decir que son otras muchas cosas. Pero, al contrario de lo que defiendes, yo creo que hoy en día lo que guía e impulsa la vida de las personas también es, (como tú dices)"la exaltación de los sentimientos, los sueños, los ideales y la búsqueda del amor y de la libertad". Creo que son constantes básicas que estarán presentes en todas las épocas. En mi opinión, lo que pasa es que ahora no está tan bien visto lo del romanticismo, pero en el fondo todos lo vivimos en nuestro interior. Al fin y al cabo, es lo que nos despierta cada mañana a las 6 y media (por ejemplo) =), los sueños, las ilusiones, los sentimientos, nuestras metas... y lo que nos hace confiar en que el tren llegue a tiempo.
    Por lo demás, el tema me parece perfecto y el poema de Bécquer también. Y tu último párrafo me encanta. Así que, como bien has dicho, a soñar, que es grátis.

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  3. Muy de acuerdo con lo que expones y con mis compañeras, también.
    Es cierto, que la gente hoy día asocia el concepto de romanticismo con el amor, todo un error por su parte.
    La libertad, la ilusión, el esfuerzo recompensado, la esperanza y las ganas de sentir, entre otras cosas, son valores que creo que se deben tener en cuenta y darles prioridad frente a otros, para así dotar de algún sentido a nuestra vida,ya que en muchas ocasiones podemos andar un poco perdidos.
    Estoy de acuerdo contigo, en que la sociedad se vuelve poco a poco más fría y se aleja a pasos agigantados de la sociedad soñadora e idealista que describes en tu texto.Debemos renovar ilusiones y sentimientos de continuo, sino todo sería muy frío, sin sentido alguno.
    Aún así, no debemos meter a todo el mundo en el mismo saco y generalizar, ya que las excepciones existen.
    Dicen que sólo soñando alcanzamos la verdadera felicidad completa, tal vez sea así.
    Una reflexión muy buena.¡Enhorabuena!

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  4. Creo que existe una falta de concordancia en cuanto a los tiempos... Es evidente que el romanticismo original hoy en día apenas se mantiene, y las personas que mantengan esa forma de vida, ideales, etc, no son considerados normalmente ''románticos''. Pero esto no es malo, simplemente creo que es una evolución del concepto adaptada a unos estereotipos concretos que por lo general, rozan lo cursi. Otro asunto sería ver que intereses han promovid esa ''evolución'' del término romántico...

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